El fantasma que hay en mi habitación me persigue. Me habla de ti; de tu sonrisa, de tu mirada, del ardor de tus palabras y de las curvas de tu cuerpo, de la forma en que me abrazabas cuando creías que dormía, de la manera en que gimes cuando te excitas, del momento que nunca tuvimos y de todos aquellos que ya vivimos, de esa manera tan particular de sacarme la lengua cuando quieres chincharme, de los piropos que lanzas cada vez que me ves, de esa película que disfrutamos juntos y de las canciones que no bailamos, de las veces que pasé la punta de mis dedos por tu piel desnuda, de la primera vez que me hundí en tu mirada, de la última en que me sacié con tu boca, de las cenas a base de pizza y los desayunos a base de besos.
El fantasma que hay en mi habitación me persigue. Me habla de ti; en mi cama, en la cocina, en el salón, en la calle, en el cine, cuando estoy con alguien o cuando estoy a solas, me habla mientras me ducho y mientras espero, mientras trabajo o cuando no hago nada, mientras conduzco, mientras rezo, me habla cuando solo hay silencio o cuando el ruido llena las paredes, cuando rio, cuando lloro, cuando grito rompiendo los platos donde una vez comimos, cuando abrazo aquel peluche tuyo que siempre odié, cuando paso por tu calle, cuando veo a tus amigos, cuando voy a la piscina, cuando me siento bien, cuando me siento mal y hasta cuando creo que puede parar.