El viejo y la niña


El agua del lago estaba en calma, ni siquiera la ligera brisa que de vez en cuando mecía la barca conseguía alterar la cristalina superficie. Como cada sábado desde hacía diecisiete años, a las siete de la mañana, ya estaba Charls Bremiel moviendo su caña.


Aquel anciano, tenía la cara marcada por las arrugas de los años y la tez quemada por el sol. Nunca había sido demasiado guapo y si alguien le preguntaba, lo único bueno que diría de si mismo es que le gustaban sus impresionantes ojos negros. Se habían borrado las marcas en las comisuras de sus labios cuando sonreía, de lo poco que lo hacía y sus manos temblaban en un tic que no podía controlar.


Aquel pequeño rincón en soledad, era todo lo que le quedaba para si mismo. Desde la muerte de su mujer y la no tan deseada jubilación, pescar era todo el trabajo que tenía en su futuro. Pero no era esa la razón por la que se negaba a poner cebo en su caña. La verdad es que aunque le gustaba el sitio, odiaba cuando picaban. La vida era demasiado corta y hermosa para arrebatársela a otro ser vivo sin motivo. Él, con un trocito de carne y un cacho de pan, ya tenía suficiente para comer. Así podía olvidarse de causar ningún tipo de sufrimiento cuando algo se tragaba el anzuelo.

Malito...

Hoy, aunque me gustaría actualizar mi blog como es mi costumbre, me es imposible. No me encuentro demasiado bien así que esta semana tendréis que conformaros con la entrada del domingo (Por no dejarla para el miércoles :-( )

Pero no tengáis miedo. A pesar de como me encuentre, mañana si que se actualizará el secreto de Daniel. No me extiendo más que me vuelvo a la cama. Un beso a todo el mundo.

Crisis en España

Aunque sé que no es miércoles, hoy me apetecía escribir así que aquí me tenéis. De todos es sabido el vicio que le tengo a visitar a los amigos sin un motivo previo. Es en una de esas de esas visitas, donde se desarrolla la historia de hoy. Bueno, más que una historia es un hecho real que he encontrado curioso.


Resulta que una de mis amigas a las que quería ver tenía trabajo y me pareció buena idea, ya que nunca está de más, hacerla compañía y echarla una mano. El trabajo consistía más que nada en buzonear y pegar por las paredes la típica propaganda. Algo sencillo antes de tomarnos un café con pincho incluido.


No habían pasado ni veinte minutos desde que empezamos cuando nos encontramos con un individuo de carácter sospechoso. ¿Sabéis cuando una persona no está mirando hacia ti, pero sin embargo sabes que te está vigilando? Pues él miraba así.

Un día gris...

Hoy no quiero dar un consejo para escribir. No tengo ganas de regalar un momento flash de una historia que tal vez escriba... o tal vez no. No será un pensamiento y ni siquiera colgaré una foto para adornar esta entrada. Hoy, sentado a solas sobre el teclado, dejaré a esa parte que llena de magia mi vida llenarse de tristeza.


En días como este, cuando el extraño del espejo me mira sonriendo, me busco sin encontrarme. Le hablo asustado preguntándole que ocurre, que ha cambiado y entonces lo sé. Ahora que la nostalgia agarra mi pecho y lo aprieta con la dulzura con la que solo la tristeza nos toca, me descubro recordando todas esas aventuras que he vivido y las que he decidido no vivir. Todos esos momentos que he tenido y aquellos que he dejado escapar. Las cosas buenas a las que he sobrevivido y aquellas malas que he superado. Las revivo una vez más en mi mente, sentado en mi sofá y pienso... si hoy muriese ¿Sería feliz?


No sé que es esta historia. No sé que quieren estos sentamientos. De hecho, aunque soy mi mejor amigo, nunca llegué a entenderme bien. Pero la respuesta a esa pregunta es si...

El laberinto de los locos


Aunque hay miles de libros, a la hora de escribir una historia solo hay dos formas de hacerlo.


  • En la primera, el escritor se lanza a lo desconocido. Desafía a la inspiración a que día tras día le visite para hacer su trabajo. Al igual que el lector, va descubriendo lo que esconden las páginas a medida que las va desarrollando, sin que sepa que es lo que va a pasar.
  • En la segunda, el escritor tiene el final a la vista. Antes de poner la primera palabra, el muy tramposo ya sabe como va a acabar la historia aunque no tenga desarrollado todos los puntos.
 
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