Entrevista a un moribundo

Vale, quizás el título de esta entrada sea algo exagerado para alguien que solo tiene la gripe... pero no lo entendéis, ¡Es que me duele mucho la cabeza! Si, de verdad. Si a eso le añadimos la inflamación de garganta, los mareos, los vértigos y las ganas que tengo de suicidarme con sobredosis de antigripal en vena ¿No puedo exagerar ni un poquito?


Pero bueno, en la entrada de hoy lo primero que haré será disculparme. Desde el domingo, estoy teniendo mucha fiebre así que si veis algo inconexo o alguna falta de ortografía, no seáis demasiado duros conmigo. Pensad que soy un convaleciente digno de compasión y respeto.


"Pero vamos a ver querido Gael, si tanto es así ¿no estarías mejor en la cama?"


Solo hay una respuesta sincera para eso. Si. Vamos, que acabo de salir y ya me muero de ganas por volver. De hecho, si lo pienso bien, me han dicho en multitud de ocasiones que si no me encuentro en condiciones de hacer un trabajo increible, mejor que no haga nada. A lo que yo me pregunto: dedicar mis pocas energías a un blog que solo sale los miércoles cuando estoy delirando ¿No lo vuelve un trabajo extraordinario?

Cuando las hormigas pican

A medida que el refresco dejaba una mancha de humedad sobre el bordillo en el que estaba sentado, Ajouter observó como la condensación creaba en su superficie gotas de agua que resbalaban por la lata con una calma abrumadora. Nunca acabaría de acostumbrarse al clima de esa jodida ciudad; el frío que la otra noche le había sorprendido caminando por las calles, parecía haberse retirado ante las amenazas de un sol que nunca terminaba de calentar lo bastante.


Frente a él, unos chicos de no más de dieciséis años bamboleaban con energía un delgado árbol con la intención de romperlo. De izquierda a derecha, el flexible tronco luchaba con todas sus energías los intentos que esos chicos hacían por doblegarlo.

Pesadilla en el reino de...

Desde que el príncipe abrió la puerta del lugar, el olor de las hierbas allí amontonadas inundó sus fosas nasales. Era un aroma entre fuerte y dulzón que se mezclaba con un ligero tufillo a descomposición que prefería no averiguar a qué se debía.


Entró solo, tal y como había especificado el ayudante de cámara que le habló del lugar, pero ahora que estaba allí, se arrepentía de haberle hecho caso. Aquel sitio tenía un aura maligna impregnada en sus paredes. Una fuerza oscura que le ahogaba y gritaba que huyese de allí para no volver.


Ignorando las advertencias que su mente le mandaba a modo de pánico irracional, se forzó a dar un paso tras otro. Mientras lo hacía, no dejaba de repetirse que si se daba media vuelta a lo mejor conservaría su alma intacta al acabar el día. Apretando los puños, calló aquella voz en su interior bloqueando todos los instintos que hasta ahora siempre le habían ayudado a permanecer vivo.

Mi lugar especial

Con los ojos cerrados en mitad de ninguna parte, no permito que el ruido de los coches me desconcentre. Ni siquiera el olor dulzón a hierba recién cortada puede extraerme de las profundidades en las que me estoy adentrando, y de las cuales no voy a regresar intacto.


El cuero sobre el que quiero sentarme no es como el de una silla, es parte de algo más importante que el de un mobiliario de la casa, puesto que es la piel real de algo que no debería existir. Como si se diese cuenta de mi presencia, un rugido ensordecedor acalla todos los demás ruidos.


Nadie ha tenido nunca la oportunidad de acercarse. El miedo les ciega, y les impide domar a la bestia. El duro tacto de sus escamas que la protegen de cualquier daño, la visión de unas mandíbulas capaces de destrozarlo todo y el olor a muerte que desprende su sola presencia, amedranta a los más valientes. Pero eso no es lo peor. Lo más duro es mirarla y saber que es imposible tocarla. Que jamás se doblegará ante nadie, por mucho que ahora yo la quiera montar.

 
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