Mañana...

El futuro. Negro. Caótico. Imposible. Un lugar en el que la esperanza es la única bombilla con que podemos alumbrar ese montón de dudas cuyas respuestas no encontraremos en el presente. Es el mañana. El lugar en el que descansará el esfuerzo de hoy o donde caeremos víctimas de un ayer del que no pudimos escapar. El día que nunca llega pero que finalmente, cuando menos lo esperamos, nos encuentra encogidos, viejos y cansados.


Todos presumen de no temer esa fecha. De vivir tranquilos porque saben que… mentira. Todos le temen. Desde la madre que se acaricia la abultada tripa acariciando a un feto no nato y preguntándose si todo saldrá bien, hasta el trabajador despedido que pasea por la calle rumbo a casa con su último cheque en la mano. Incluso ese adolescente, sabiendo que no tiene todas las respuestas, que está preocupado por el examen que tiene al día siguiente o un niño cualquiera el seis de enero, esperando que los reyes magos no viesen aquella travesura.



¿Qué será de mí ahora que no tengo novio? ¿Qué haré ahora que estoy casada? Mil y una preguntas cuyas respuestas solo aparecerán cuando tras cerrar los ojos, veamos qué ha pasado todo.


La eternidad no es más que un suspiro de la vida humana y no está preocupada por las menudencias a las que nos agarramos para seguir adelante. Ella no tiene tiempo de volver la vista atrás y arrepentirse de no haber hecho esto o haber hecho aquello otro. Eso es algo que solo hacemos las personas.


Yo rio. Rio todo lo que puedo porque sé que a veces, cuando menos lo espero, me lleno de lágrimas que no puedo evitar. Lloro porque no me quedan fuerzas mientras me arrastro para seguir adelante, lloro por las pérdidas que he sufrido mientras dejo atrás a aquellos que una vez quise o me quisieron. Lloro por que al igual que la risa, las lágrimas también forman parte de mi persona y mi presente. Porque a veces el miedo es tan fuerte que si no lloro, no podría enfrentarme a él. Por eso lloro, por eso rio.


Mi propio futuro me aterra. Quizás a eso se deba que me enfrente a él luchando con las dos manos como si me fuese la vida en ello. No quiero abrir los ojos mañana, el día que nunca llega, y darme cuenta de que no hice lo suficiente como para estar listo para un futuro que se volvió presente.

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