Realidad pura y dura

Hoy, a las 4:35 en la avenida Gasteiz de Vitoria, se podía oler la tragedia en el aire desde primera hora de la mañana. Ella era una madre de no más de treinta años que paseaba muy feliz con su cochecito de bebe cuando el autobús Nº5, siguiendo su ruta, accedió a la carretera por donde cruzaba la chica. Sin saber por qué y al grito de “Banzai”, la mujer embistió al autobús con el cochecito provocando 19 heridos y cuatro muertos a los que siguió atropellando entre la chatarra para el horror de los presentes.


Poco más tarde se descubrió que la chica procedía de Irún y que sufría del síndrome del conductor vasco. Una enfermedad que hace que las personas afectadas por ella, tenga un impulso irresistible de crear el caos, la muerte y la destrucción con cualquier vehículo a su alcance.


Para las 19:00 la mujer ya estaba recluida en el hospital de Santiago para su tratamiento cuando, tras empujar a la enfermera que la llevaba en camilla a rayos X, saltó de la misma para empezar a conducirla por los pasillos del hospital atropellando a médicos y pacientes por igual.

El día internacional del libro

El día 23 de abril fue elegido como Día Internacional del Libro pues coincide con el fallecimiento de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega en la misma fecha en el año 1616 (aunque realmente no es así: Cervantes falleció el 22 y fue enterrado el 23, mientras que Shakespeare murió el 23 de abril del calendario juliano, que corresponde al 3 de mayo del calendario gregoriano). En esta fecha también fallecieron William Wordsworth (en 1850) y Josep Pla (en 1981).


La Unión Internacional de Editores propuso esta fecha a la Unesco, con el objetivo de fomentar la cultura y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor. La Conferencia General de la Unesco la aprobó en París el 15 de noviembre de 1995, por lo que a partir de dicha fecha el 23 de abril es el "Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor".

Pintando la realidad


Si alguien quisiera escuchar, abriría la boca para contar un millón de ideas que pasan a la vez por mi cabeza. Si tuviese el valor de hacerlo, de hablar tal y como pienso, pintaría del color del arco iris todos los edificios de esta ciudad tan solo con mis palabras. Porque no me gusta conformarme en dejar las cosas tal y como son. De vivir en una ciudad que no tenga más que un color.


La vida es un sin fin de cambios, por mucho que nos duela. Nacemos, crecemos y descubrimos que aquellos niños que una vez fuimos son ahora hombres y mujeres con trabajos y vidas personales. No nos gusta, lo entiendo. Nos negamos a crecer manteniéndonos siempre con la esperanza de que el tiempo no ha pasado, de que no estamos solos.

En días como hoy...

Hoy, a la sombra de una bombilla, sentado frente al ordenador mientras miro por la ventana, dejo que la melancolía vuelva a seducirme. Esa extraña maldita que tiene en sus labios el único licor que me emborracha y me hace desear hundirme en ella para satisfacerla como su amante más íntimo. Esa tristeza por un ayer perdido que me embriaga, haciendo añorar un ayer no tan bueno y privándome de un futuro lleno de sorpresas.


Que será de mí, pobre mortal, que cae en la trampa del antaño para no levantarme y mirar al presente a la cara. Un momento en la actualidad que me tacha de loco por aferrarme a esos momentos en los que sentía que la vida era solo mía.

Los aderezos de un profesional

De todos es sabido que cada individuo tiene y carece de ciertas habilidades. En mi caso por ejemplo, adoro escribir pero soy pésimo a la hora de dibujar cualquier cosa. Incluso el diseño más sencillo parece cualquier cosa si lo hago yo. La gente que me conoce, aún sonríe cuando recuerdan mis mapas en los que un círculo y un palito eran un árbol y varios círculos juntos formaban un bosque… Soy malo y lo sé.


¿Habéis visto que sencillo es? Soy malo y lo sé. Es así de simple. Si quisiera mejorar, tendría que practicar mucho e ir poco a poco haciéndolo cada vez mejor. Pero no quiero. No me gusta lo bastante como para perder mi tiempo en eso. Eso sí, reconozco abiertamente que el dibujo me encanta. Que las personas capaces de plasmar un sinfín de emociones en un lienzo (o una página de papel) son dignas de la mayor admiración.

 
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