Lo que Kevin más tenía clavado en el cerebro, no era la presión que ejercía el gatillo sobre su dedo. Ni siquiera el peso del arma en sus pequeñas manos mientras apuntaba con cuidado. Lo que no conseguía quitarse de la cabeza, era el penetrante olor a sudor que exhalaba su propio cuerpo.
El tiempo que llevaba allí tirado completamente quieto se le estaba haciendo eterno. Sentía calambres en los brazos y las piernas y la ligera molestia en el abdomen se había transformado en una necesidad acuciante de orinar o reventar. A pesar de todo no se movió. No iba a fastidiar este momento por nimiedades como esas.
Con sus dieciséis años y solo metro veinte de altura, no tenía oportunidades como la de hoy para demostrar que ya era tan hombre como cualquiera. Apartó a un lado la vocecita en su cabeza que le repetía incesantemente que nunca había matado nada y se concentró en su respiración. En todas las películas que había visto siempre hacían hincapié en lo importante que era respirar para acertar a la diana. Centró la mirada en su objetivo. Espirar, aspirar. Acarició el gatillo con suavidad sin atreverse aún a apretarlo. Cuando la bala saliese del arma, cambiaría todo. Aún podía dar marcha atrás y ser el niño que había sido hasta ahora. Cerró los ojos. El sonido al disparar le pareció ensordecedor. Le asustó tanto, como el golpe que recibió de la culata en el hombro. De no haber estado tumbado sobre la húmeda hierba seguro que hubiese perdido el equilibrio.
-Buen tiro chaval -Le felicitó su padrastro con un ligero coscorrón cariñoso -Le diste de lleno.
-Gracias- respondió inseguro. Pensó que al cerrar los ojos lo más seguro es que fallase, no le gustó averiguar que no había sido así.
A medida que se acercaban, Kevin se negó a levantar la cabeza del suelo. La imagen del cuerpo sin vida del cervatillo se iba haciendo más real a cada paso que daba. ¿Cómo había sido capaz de una atrocidad semejante? Él, que no era capaz de matar una mosca, había disparado a un ser vivo. No había querido, tan solo le pareció una buena excusa para lograr que su padrastro le respetase.
"¿Oye puedo acompañarte a cazar?" Le había pedido la noche anterior mientras cenaban "Si claro, ¿Por qué no?" Porque no era un asesino, porque lo que quería no era matar animales indefensos sino que pasasen más tiempo a su lado. ¿Qué tenía que pegar un par de tiros para lograrlo? Estaba dispuesto, pero no había contado con acertar.
El cuadro que se le presentó le pareció horripilante. Aquel pobre bicho no debía tener más que unos pocos años de vida. El cuerpo inerte había perdido toda la belleza que siempre le había atraído de esos animales. Cuando el cervatillo levantó la cabeza e intento levantarse, a Kevin se le escapó un grito.
-Tranquilo chico -Le calmó su padrastro -No está muerto.
-¡Vivo! ¡Está vivo! -Exclamó asustado -¡Dijiste que le había dado de lleno, pero se está moviendo! -La mirada del cervatillo parecía una súplica muda de auxilio y de terror. Del lomo, la herida creaba un charco rojo de sangre donde estaba descansando.
-No pasa nada. Esto lo arreglo en un momento -Al coger la escopeta, el hombre apuntó a la cabeza.
Todo pasó demasiado rápido para ser consciente de ello. En un momento iba a disparar y al siguiente estaba en el suelo mezclando su sangre con la de su presa. A su espalda Kevin, con los ojos como platos, estaba quieto mirando el humo blanco que aún salía de su escopeta. No había querido disparar, solo deseaba evitar que hiciese más daño al cervatillo. No quería haber disparado.
-¿Papá? ¿Papá estás bien? -Incapaz de seguir en pie, se dejó caer a su lado mientras intentaba que el inerte cadáver se moviese -Papá, dime algo. ¡Papá, háblame! -Los gritos se extendieron a lo largo del bosque, sin que nadie respondiese a ellos.
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