El viejo y la niña


El agua del lago estaba en calma, ni siquiera la ligera brisa que de vez en cuando mecía la barca conseguía alterar la cristalina superficie. Como cada sábado desde hacía diecisiete años, a las siete de la mañana, ya estaba Charls Bremiel moviendo su caña.


Aquel anciano, tenía la cara marcada por las arrugas de los años y la tez quemada por el sol. Nunca había sido demasiado guapo y si alguien le preguntaba, lo único bueno que diría de si mismo es que le gustaban sus impresionantes ojos negros. Se habían borrado las marcas en las comisuras de sus labios cuando sonreía, de lo poco que lo hacía y sus manos temblaban en un tic que no podía controlar.


Aquel pequeño rincón en soledad, era todo lo que le quedaba para si mismo. Desde la muerte de su mujer y la no tan deseada jubilación, pescar era todo el trabajo que tenía en su futuro. Pero no era esa la razón por la que se negaba a poner cebo en su caña. La verdad es que aunque le gustaba el sitio, odiaba cuando picaban. La vida era demasiado corta y hermosa para arrebatársela a otro ser vivo sin motivo. Él, con un trocito de carne y un cacho de pan, ya tenía suficiente para comer. Así podía olvidarse de causar ningún tipo de sufrimiento cuando algo se tragaba el anzuelo.



La razón por la que nunca faltaba a su cita de los sábados, era que le gustaba la manera de moverse la barca sin que nadie la dirigiese. Le relajaba dejarla a su libre albedrío mientras, de vez en cuando, se engañaba moviendo la caña como si esperase que algo picase. Esta quietud, esta forma de pasar los fines de semana, le permitía sentarse a evocar recuerdos del pasado hundiéndose en la autocompasión y la nostalgia sin que nadie se lo reprochase.


Por eso estaba con los ojos cerrados cuando un tirón, le avisó que algo había picado. De la impresión casi se le escapó la caña que no tenía bien sujeta.


—Si no tengo un jodido gusano en el anzuelo ¿Como es posible que haya un pez lo bastante estúpido como para picar? —Se quejó recogiendo el carrete.


A medida que tiraba, comprobó que no era un pez lo que había picado. Con un chillido histérico, la cabeza de una niña de no más de cinco años empezó a emerger dejando al descubierto unos rizos dorados como el sol.


Charls empezó a sudar preguntándose si sería mejor soltarla y lanzarse a por ella o seguir con la caña y traerla hasta el bote. Finalmente, pensó que el dolor que pudiese causar a la pequeña sería un daño menor que el riesgo de soltarla y perderla si se hundía demasiado.


A medida que luchaba por mantenerla a flote, los esfuerzos de la pequeña dominada por el pánico parecían destinados a lo contrario. El pobre pescador no podía siquiera pasarse la manga por los ojos para retirarse el sudor por el miedo de que con un tirón la niña se le escapase. Cada centímetro que ganaba, era una pequeña victoria en su lucha contra el miedo y la desesperación. Casi la tenía al alcance de la mano cuando se hundió. Sin pensárselo, se lanzó al lago.


El primer pensamiento que le golpeó es que el agua no estaba tan fría como había creído. Se avergonzó mientras buscaba a la niña bajo las cristalina superficie sin llegar a verla. Debería haber sido fácil sabiendo donde se había hundido, pero el pánico empezó a apoderarse de él cuando segundo tras segundo se dio cuenta de que no podía encontrarla.


Salió a tomar aire y volvió a sumergirse más hondo con la esperanza de verla. El tiempo era algo esencial que estaba jugando en su contra. Finalmente, a punto de darse por vencido, le pareció ver movimiento en lo más hondo del lago.


Buceó con las escasas fuerzas que le quedaban deseando llegar a tiempo. Tan solo le faltaban unos pocos metros, pero la ausencia de aíre le quemaba los pulmones.


Tenía que subir. Sin embargo, no podía dejar allí a la niña. Le pareció curioso el hecho de que la pequeña parecía mirarle anhelante con una sonrisa en la cara, sin una pizca de ese miedo del que había hecho gala en la superficie. A pesar de todo se negó a rendirse. No podía dejarla allí. Movió sus brazos y piernas con energía sumergiéndose aún más, estirando su mano para poder cogerla.


—Tranquilo —Musitó una voz en su cerebro cuando ella le tocó a él —Todo va a estar bien.


Agarrándole con una fuerza imposible en una niña, tiró de él arrastrándole hasta lo más profundo. Charls, dominado por el pánico, luchó por escapar. Por salir de esa trampa. Luchó con todas sus fuerzas con la adrenalina sacudiendo su organismo por subir a la superficie incluso notando como las últimas bocanadas de aire escapaban de sus labios y el agua entraba en sus pulmones.


Mil veces en los últimos años se había preguntado porqué la muerte no venía a buscarle y ahora que lo hacía, peleaba con uñas y dientes por escapar de ella. Casi tardó dos minutos en calmarse lo suficiente como para darse cuenta de que seguía vivo y podía respirar en el agua con tanta facilidad como si fuese aire.


—¿Que demonios es esto? —Bramó con el miedo recorriéndole el cuerpo — ¿Como es que sigo vivo? ¿Como es que puedo respirar?


Aunque sabía que había hablado, la voz no llegó a producirse. El contacto del agua en su boca le provocó arcadas pero ninguna otra sensación.


—Tranquilo —musitó la niña con un toque infantil y alegre en su voz —no te esfuerces, deja que tu cuerpo se acostumbre a estar sumergido. No hables, solo piensa lo que quieres decir y deja que tu cerebro me envíe las palabras.


Tuvo que intentarlo varias veces hasta que consiguió hacerse oír. O pensó que lo había conseguido, por que la única prueba visual que tenía de lograrlo es que la niña empezó a asentir.


—¿Que ha pasado? ¿Quien eres? —Se estremeció cuando sintió el contacto de la pequeña acariciando su mejilla mientras exploraba su rostro viejo y cansado.


—Soy alguien que te ha visto tan triste y solo ahí arriba, que se preguntó si querías jugar conmigo aquí abajo.


—¿Jugar? —Preguntó confundido —¿Jugar a qué?


—¿Acaso importa? —le respondió mientras flotaba sobre el agua separándose de él por primera vez como si esperase que fuese a buscarla.


Con un toque de melancolía, Charls la miró nadar con la energía de la juventud. Elevó su cabeza hacia arriba y se preguntó cuanto le separaba de la superficie.


—Creo que te confundes conmigo. No sé lo que eres, pero yo solo soy un pobre viejo que ya no puede con el peso de sus huesos.


La niña le miró confundida como si no entendiese a que se refería.


—Lo que yo soy no tiene importancia, —Dijo con voz solemne —y no veo a ningún anciano decrépito y senil que no pueda jugar conmigo.


—¿Y que es lo que tú ves?


—Un ser que tuvo que escoger entre respirar o intentar salvar a otro, y eligió sacrificarse.


La manera en la que le miró, llenó al anciano de alegría. Lanzó una sonrisa y sin avisar, se lanzó a por la niña.


—Te voy a coger, nadie nada más rápido que yo en estas aguas.


—¡Aaaaaaah —Chilló la pequeña escapándose mientras rompía a reír.


Al pasar las horas, por lo único que Charls descubrió que estaba anocheciendo era por que el agua se tiñó de un color más oscuro. Ni siquiera sabía cuanto tiempo llevaban nadando y riendo. Se estiró perezosamente y al hacerlo, descubrió que su vieja mano no estaba. Aquella era la mano de un niño. El brazo de un niño. Las piernas de un niño...


—¿Que ha pasado? —Preguntó entre nervioso y asustado —¿Que me has hecho?


—Nada.


—¿Como que nada? Yo soy un anciano, no un niño de seis años.


La pequeña se acercó a él y le acarició de nuevo tímidamente la cara. Su tacto era agradable y cálido y proporcionaba una sensación de bienestar por todo el cuerpo.


—Yo no he hecho nada. Tu cuerpo puede que haya envejecido pero tu alma siempre ha sido igual de joven. Eres el mismo niño que conocí cuando tenía cinco años.


—¿Que conociste? —De pronto, los ojos de Charls se abrieron como platos —Dios bendito, Susan, ¿Eres tú?


La niña sonrió con picardía.


—Te he extrañado amor mío.


—¿Pero que significa todo esto? —Preguntó Charls asombrado mientras reexaminaba su nuevo cuerpo.


Susan le dejó explorarse unos segundos mientras le miraba sonriendo. Cuando respondió, su voz sonó nostálgica por primera vez desde que la había visto allí abajo.


—Te veía tan triste ahí arriba, tan solo. Que no pude evitar venir cada sábado a mirarte. Y hoy, por causas del destino me quedé enganchada en tu caña sin querer. Cuando viniste a buscarme quise gritarte que te fueses, que te alejases de mí, pero fui incapaz. Soy una egoísta, como siempre que estoy a tu lado. No puedo dejarte vivir tu vida feliz.


—Sin ti, mi vida no era feliz —murmuró el anciano con tristeza —te echo de menos.


—Si, yo también. Pero está mal lo que he hecho y pagaré por ello.


—¿Como? —Preguntó asustado Charls —¿Que es eso de que pagarás por esto?

—Los espíritus no debemos mezclarnos con los vivos. Ahora no podré entrar de nuevo en el cielo y me quedaré por toda la eternidad encerrada en este pequeño lago.


—¿Y por que lo has hecho entonces? ¿Por qué viniste a buscarme?


La pequeña sonrió con tristeza y evitó su mirada.


—Porque sin ti, el cielo es un infierno. Tenía que verte una vez más. Lo repetiría otra vez si me garantizasen un día más como el de hoy.


—¿Y ahora? —Le preguntó —¿Que pasará contigo?


—Que mientras vivas, vendré a verte cada sábado.


Con una lentitud extrema Charls se acercó a ella y cuando sus labios se tocaron, una corriente eléctrica les recorrió el cuerpo.


—Solo si me voy.


Desde aquel día nadie volvió a encontrar ni rastro de Charls Bremiel. Aunque algunos aseguran que en el lago, a veces, se puede reconocer su risa como si fuese la de un niño.


8 comentarios:

  1. Me has dejado fascinada .. que hermoso!! .
    Que bello sería conocer ese Lago .. :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias por seguirme y dejarme saber tu opinión con un comentario. Por gente como tú espero poder seguir creando sitios extraordinarios.

      Eliminar
  2. Me ha encantando.
    Una historia bellisima.

    ResponderEliminar
  3. madre mia, vaya historia, tierna romantica, un poco acojonante el momento en el q pesca una niña. me ha encantado!!!!!!!!! de mis favotiros

    ResponderEliminar
  4. Es precioso!! Ojalá todos vivieramos un amor así... Como siempre me has sorprendido y fascinado!!!

    Mil besos

    ResponderEliminar
  5. Un cuento precioso.Te hace creer en el amor eterno , veo que también dominas el lado romántico.
    Gracias por escribirlo.
    pigato

    ResponderEliminar
  6. Este pequeño relato, me recuerda aquellos cuentos que de pequeño me hacían vivir en un mundo de fantasía, ojala que hubiera mas en esta época de tantos super héroes y dibujos de Manga.
    Sigue así,y en mi tendrás tu seguidor mas fiel.

    ResponderEliminar

 
Diseño: Oloblogger