Paranoia

Acabo de llegar de las vacaciones y ya estoy sentado frente a mi ordenador. Tenía ganas de algo fuerte. Una entrada especial que supla mi instinto de permanecer cuerdo, atado a la realidad con la que la rutina quiere atraparme. La pesadilla de septiembre atacándome en pleno Julio ¿os lo podéis creer?


Yo no.


No sé si a alguno más le sucederá lo mismo pero es como si mi cerebro quisiera avisarme de que el mundo que veo no es real. Como si no existiese. Como si todo lo que nos rodea no fuese más que una fábula que nos hemos inventado para no ver el vacío inmenso sobre el que flotamos. ¿Qué son entonces todas esas personas a las que amamos y que creemos conocer?



En mi caso no tengo dudas. Productos de mi febril imaginación. Estoy convencido de que en un momento dado, cree esta galaxia en la que vivo para no estar solo. Tan solo, que floto hacia ninguna parte sin tierra que me mantenga sujeto por los pies. ¿Qué es la gravedad sino otro intento de atraparme para que no extienda mis manos hacia el infinito y vuele más allá de las estrellas?


Un sueño. Una pesadilla. De ser así, en el lugar más recóndito del universo tampoco hay nada ni nadie que me espere. Puedo ir tan lejos como quiera pero, al igual que si me dejo caer derrotado, el resultado será el mismo.


Es mi infierno particular. Mi maldición por ser más longevo que el propio planeta y haber dejado atrás una vida con mi especie. Puedo soñar con un pasado que no ocurrió o intentar dibujar un presente para el que aún falta mucho. Es una sensación parecida a la que sentimos cuando al tumbarnos sobre la verde hierba, podemos ver como caemos hacia el cielo.


La eternidad es demasiado tiempo para permanecer cuerdo. Aunque seguro que os morís por saber que nos deparará el futuro. ¿En serio no lo imagináis?


No habrá vida. No habrá muerte. No habrá océano por conquistar ni tierra por reclamar. Puesto que ni siquiera las estrellas existen para siempre.


La nada. El infierno del escritor. El lugar donde van a morir las ideas que nunca nacen. Donde anidan los demonios más oscuros de un alma torturada condenada a vagar por siempre.


Ya que está en mi mente podía escribir algo bonito de ese sitio. Asegurar que solo con mi imaginación puedo poblarlo con miles de árboles y crear vida de la nada como suelo hacer con mis libros. Pero no es verdad, en este lugar todo y nada es posible. Si lo hiciese, si me arriesgase de dar algo de color a esta oscuridad perpetua, los árboles se llenarían de termitas tan grandes como una casa que acabarían con todo.


Seguro que al intentar salvar a la vegetación, mis pesadillas aumentarían con águilas gigantes que se lanzarían furiosas con sus garras para matar a las aberraciones; para luego ver como esas termitas, de colmillos gigantescos ahora, se volverían carnívoras. Podría describir la crueldad de la batalla. Decir que fue tan feroz, que incluso de las nubes llovería la sangre de la que beberían los árboles.
Eso explicaría por qué sus hojas, antaño verdes y frondosas, se volverían oscuras y sedientas de más cáliz dulce.


Los pocos animales que hubiesen aparecido en aquellas tierras, estarían entonces en un peligro de muerte. Los árboles irían a por ellos. Empezarían poco a poco a mover sus ramas hasta aprender que son armas con las que podían capturar, desgarrar y matar a sus víctimas. Ardillas, monos, insectos… nada estaría a salvo en mi selva negra.


Aquello destinado a ser mi luz en la oscuridad, era ahora algo maligno. Por eso, con el último resquicio de cordura, tendría que buscar la forma de acabar con ello.


De entre todos los seres, llamaría al leñador que salvó a caperucita del lobo para ver si seguía siendo tan diestro con su hacha. Incluso le daría ventaja dotándole de unos músculos incansables que le permitiesen, de un solo tajo, dar un golpe que equivaliese al de diez personas.


Pero ni con esas será suficiente. Malditos los árboles que son muchos y mi pobre héroe tan solo uno. Por cada enemigo con el que acabase, le atacarían diez más. Cada vez más impacientes por probar su sangre, por saciarse de él. Es así como de la nada, nacería el primer sentimiento con el que se poblaría este nuevo mundo. La venganza.


Seguido muy de cerca, el miedo del leñador al enfrentarse a miles de enemigos solo aumentaría. Pero no está tan solo como se cree. El fuego acudirá en su auxilio. Su hacha, bendecida por el rayo que lancé para dotarla de magia, alumbrará en la mayor de las oscuridades quemándolo todo a su paso. Los gritos de cientos de árboles le acompañarán como aclamación ante la masacre y sus ojos, brillarán jubilosos con las llamas de la destrucción.


Pero sé que no podrá cumplir su cometido. El hambre es invencible, los animales muertos no dan suficiente nutriente para que ese héroe condenado pueda acabar con su tarea y desfallecerá justo antes del final.


Agotado, hincará su rodilla en el suelo tan solo un segundo. Momento en que sus enemigos aprovecharán para abalanzarse sobre el cómo la legión que son y no le volverán a dejar levantarse. Sus gritos entonces se unirán al de los miles que murieron antes que él.


En un último esfuerzo titánico, el leñador levantará su arma y la lanzará contra uno de sus agresores. Un árbol antiguo y poderoso al que poco le importó el fuego que comenzaba a arder en sus entrañas mientras bebía la sangre de su enemigo.


Las llamas se propagarían entonces entre los suyos en una canción de muerte y destrucción y cuando todo hubiese terminado, yo seguiría solo. Flotando sobre el vacío hacia ninguna parte testigo mudo de lo imposible. Ni siquiera el recuerdo de lo que pasó me seguirá en mi camino, porque no es algo que quiera conservar en mi interior.


Es entonces cuando volveré a soñar con vosotros queridos amigos. Imaginando que tenéis vidas y sueños y que sois reales. Momento que aprovecharé para hacer mía vuestra dicha. Y gozaré riendo borracho de sensaciones mientras superáis las pruebas del destino, creyéndoos que existís más allá de mis pensamientos. Pobres locos, solo existiréis antes de que la oscuridad vuelva a mí…

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